2 de septiembre de 2009

Crónicas de Charlie III

Sonrisas

No corras... aun así te podemos atrapar. Tu peor pesadilla está al asecho, sabes que te estoy siguiendo. Pobre ingenuo. Todos te estamos esperando, estamos aquí, junto a ti ¿No nos ves? Estoy a tu lado… No, al otro lado. Sí, ahí. ¿Estás asustado, cierto? La mayoría lo está, yo lo estuviera ¡Oh espera! Yo ya pasé por esto. ¡Ja! No, no debes inquietarte… será rápido… sin dolor… te lo prometo.Cierra los ojos, cuenta hasta diez… Uno, dos, tres…… diez. Sonríe, y recuerda, hoy es martes trece.

—Eres el beta más grande del planeta, Charlie: ¡Era Carolina la que estaba ahí parada, mama…!

No veo la necesidad de procesar esa palabra. En realidad, no veo la necesidad de procesar absolutamente nada de lo que este “amigo” diga, no estoy de humor para ello. Soy Charlie, Charlie Brown y Jason es un idiota al que solo le oigo decir: Blah blah blah…

Me hubiera quedado en mi casa, todo era mejor que venir aquí, hasta cuidar a mi hermana y perder cinco horas de mi aburrida vida oyendo peroratas de quinceañeras con sobredosis de hormonas, al menos ellas sí me ignoran y me dejan en paz. Aquí por el contrario soy inmune a toda humillación, alias Jason. Sí, aquella que me miraba junto a la enorme roca en los jardines de la universidad era Carolina, rubia, alta, un poco más que yo, creo, y bastante atractiva. Por desgracia mi felicidad murió en el instante en que apareció Martín junto a Patricia, mi ex novia.
Estoy seguro que el horóscopo de esta mañana decía claramente: Acuario, no salgas de tu casa, está propenso este día a recibir mala suerte a grandes cantidades, una linda chica te barrerá con su mirada de odio, otra te lastimará el ego, un súper idiota hará tu vida más miserable, y por si aun no has caído desangrado, tu mejor amigo te dará la deprimente noticia de que te han raspado en el parcial de cálculo, por segunda vez en el semestre.


Decidido, voy y me lanzo del metro, después de todo hoy es el día de la mala suerte. Típico de un martes trece.

—Me voy, creo que me están llamando, ¡oh espera! No es nada, solo es mi desgracia gritándome. Adiós.
—Eres el tipo más melodramático de toda la universidad. —¿Melodramático? ¿No es una palabra muy rebuscada para Jason? Estoy seguro que ni sabe lo que significa.
—Relax, panita, Carolina no te iba a hacer mucho caso al final, no después de ver a Patricia recordarte la patada en las bo... —Bien, suficiente, ¿alguien tiene un revolver?, creo que voy a acabar con este sufrimiento.

Sin embargo, aun estoy impresionado, volver a ver a Patricia de nuevo luego de dramón del sábado cuando me atrapó confesando algo, de lo cual estoy seguro que le molestó como para terminar conmigo, y no importaba lo prendido que ya me encontraba, solo fue una sucia trampa en la que caí directo. Ahora fui inocente, pensé que había dejado bien claro su odio hacia mí, y a algunas otras partes de mi anatomía; aun me cuesta sentarme, por cierto. Pero vino en “son de paz”, así que solo recibí un par de insultos, acompañados de miradas de odio y una caja llena de cosas que desde hacía ocho meses no veía. Creo que la única felicidad que puedo conseguir de todo esto es que tengo de vuelta mi querido CD de Bonjovi junto con el de Maroon Five, sin contar la camisa de: “Mi novio fue a Inglaterra y solo me trajo este fea camiseta”.

Creo que lo mejor es que me vaya a casa a ponerme de mal humor y siga el ejemplo suicida de mi hermana cuando se deprime: comer Oreo hasta vomitar. Quizás pase por la bodega de Pachito y recargue; desde que Samantha anda de malas es raro ver las galletas en la cocina, sin embargo, ahora, uno nunca sabe cuántas Oreos se necesitan para matar a una persona. Posiblemente sí muera de sobredosis de azúcar, hoy es martes 13, todo puede pasar.

—Voy buscar a alguien, nos vemos mañana.

Yo solo me eché a la grama bajo el sol, viendo que por un lado Jason se alejaba de nosotros, y por el otro, Patricia confabulaba contra mí con Carolina, su nueva mejor amiga. Pensándolo mejor, aquí me quedo, mi mamá ya anda furiosa por el fin de semana que me pase en la playa, donde tuvo que ir al hospital a buscarme luego de que me desmayara, debido a una “intoxicación”, o como el médico sutilmente dijo: Un mezcla excesiva de cervezas, ron y tequila. Casi le beso los zapatos por no nombrar el pequeño asunto de las otras “cosas” implicadas.Y ahora con este horrible 05 en cálculo, lo mejor será cavar un hoyo y enterrarme en él. ¿Qué más lindo lugar hay que en medio de los jardines de la facultad?

Dos horas después de haber salido derrotado de la universidad y haber ido a casa de Pedro, el compañero de clases de Martín, mi triste caja de recuerdos y yo fuimos arrastrados por su estrambótica persona hacia la parada de Metro buses en una zona solitaria y oscura de Montalbán. Ya se había hecho de noche, y ya tengo diez llamadas perdidas de mi madre, tres de mi padre, y dos de mi hermano. Los tres seguramente preguntándose dónde carajo estoy, también tengo un par de mensajes de texto mi hermana, preguntándome: por lo mismo. Y por último, uno de mi tía Amanda invitándome a comer el jueves. Ahora no estoy de humor para regaños ni parrilladas (mal pronunciadas, sobre todo si tu tía es de otro país), solo apagué el teléfono y seguí esperando a que el autobús llegara mientras Martín no dejaba de hablar de su fantástica y apasionante clase de Teoría-no-se-que-cosa y de la eminencia de el profesor Francisco-fulanito-no-me-acuerdo. A mi juicio parece un emocionado pincher que espera que le den una galleta, totalmente perturbador.


—…luego saltó a la putrefacción de la sociedad de hoy en día y…
—¡Te dije que te iba a esperar aquí, no allá imbécil! ¡Claro que ya no estoy en La Bandera! TE ESTABAS TARDANDO… —Fue inevitable que esa eufórica o enojada voz interrumpiera a Martín. Era una chica junto a nosotros, hablaba por su celular, y estaba enojada, muy enojada.
Era bastante bajita, bueno, no tanto, pero yo que soy bajo era alto para ella. Morena y menuda, su cabello estaba atado con palillos y graciosos mechones desordenados caían por su rostro. Estoy sorprendido, esa potente voz nunca la hubiera imaginado que la poseyera esa chica tan angelical y bonita. Me asusta y más con una maleta enorme que es capaz de dejar inconsciente a alguien con un golpe de ella.

—… Un taxi, me dejó algo cerca… ¡¿A dónde?! ¡¿Te lo fumaste en mal estado, estás loco?! NO, ya dije que no. Te espero… Sí… Sí… no. Mi tía no sabe que me dejaste plantada, ¡por supuesto que sí lo hiciste! Te dije a las 6, y llegaste 40 minutos tarde, tenía que irme. ¡Pues no es problema mío que te estés calando la cola de regreso, no es mi culpa que no hayas salido temprano! Sí, sí. Olvídalo, me voy solita a la casa, adiós…—Bien, nota mental: no hacer enfurecer a la chica, puede atentar contra la salud física. Avergonzada, guardó su teléfono mientras nos miraba nerviosa.
—Lo siento. —Bien, yo también estaría enojado si se hicieran las seis y estuviera en la bandera, eso se llama suicidio.
—Suele pasar… —Yo asentí dejando que Martín se encargara de todo. Miré a mí alrededor: estaba oscuro, vacío y no había ni un alma. Y claro, solo la luz de la luna llena, la de los faroles y la llama del encendedor Zipper (el que posee la fabulosa cara de Gene Simmons) con el que estaba jugando eran las únicas señales de iluminación de la calle, era como una gran cueva y nosotros solo estábamos alrededor de una linterna. —¿Cree en las leyendas del martes 13 y la luna llena?—¡OH NO! Y volvemos a empezar, esto me regresa en retrospectiva hasta hace un par de semanas, cuando a Martín y a Jason se les ocurrió darme el susto de mi vida, me fue inevitable no rolar los ojos hasta casi dejarme ciego —. Se cuenta que en estos días suelen aparecer espíritus que confunden a las personas hasta volverlas locas.
—Eso es…
—¡Totalmente interesante! A mí me encantan las historias de terror… —Fui callado, despachado e ignorado. Iba a decir lo tonto que era creer en ese tipo de idiotices, pero fue en vano mi intento, la chica había respondido al llamado extraño de la Selva insólita de Martín. La mayoría de las personas normales lo ignorarían; mejor dicho, la mayoría de las personas ignoran a Martín, pero esta chica era la primera que echaba a perder el plan. ¿No digo yo? Alguien lo bastante normal, como yo, siendo abordado de esa manera tan directa, mínimo le daría una patada kamikaze y saldría corriendo—. ¿No te gustan las historias de terror, los sucesos paranormales? —Volteé a ambos lados, buscando el receptor de esa pregunta y gritarle que era con él, hasta que un codazo en el hígado de parte de Martín me dijo que ese era yo. Parece que no estoy acostumbrado a que extraños me hablen tan… tan… ¿en confianza?
—No mucho. No en realidad, mi abuela siempre me contaba cosas como esa, hasta decía que yo tenía suerte para atraer espíritus, pero definitivamente no creo en los fantasmas. —Iba a decir que era estúpido, pero me guardé el comentario. De todos modos, ¡¿qué hago contando a desconocidos mi vida privada?!
—Bueno yo sí creo en ellos —Es obvio saber que Martín siente atracción por el tema. En todos estos años que llevo conociéndolo me ha quedado claro.
Dejé que ellos siguieran hablando y me quedé en silencio a observar el ambiente, bueno, miento, a observar a la chica. No creo en amor a primera vista, es demasiado bizarra y viciada la frase, usarla es una pérdida de tiempo y carece de originalidad, pero debo admitir que ella no esta tan mal.
—Buenas noches… —Salté de sorpresa cuando esa voz siniestra sonó justo detrás de mí. Era un hombre. Y por extraño que parezca, a mí también me sorprende, estaba usando un sombrero, un sombrero de gánster, ¡como en El Padrino!

—Buenas noches…—Otro salto involuntario. Esta vez junto a la chica se detuvo una mujer, también tenía porte siniestro, pero más que siniestro era uno cansado y enfermo. Lo único que ambos extraños tenían en común era que estaban pálidos y parecían unos espectros. Me daban bastante mala espina, así que me acerqué en silencio a la chica hasta que estuvo en medio de nosotros dos.

Estuvimos por largo rato en silencio, yo no me atrevía a decir nada, y deduzco que Martín y la chica tampoco, el ambiente estaba tenso con esos dos vigilándonos las espaldas. Hoy sí que es martes 13, de seguro eran una pareja de asesinos en serie que secuestran y luego descuartizan a sus víctimas para introducirlas en paquetes marca Tooper Ware y así vendernos al mercado negro. Bueno, eso sonó asqueroso e innecesario, quizás solo eran asesinos en serie a secas. Unas gotitas heladas cayeron en mi cabeza.

—Psss, Martín…—susurré.
—…y todos me miran, me miran, me miran…
—Psss…—Por lo visto Gloria Trevi se apoderó del cuerpo de mi amigo, ya que no me oye intentando llamar su atención.
—…Porque sé que soy divina…
—Psss…—Ya cuando iba por la siguiente estrofa tuve que tomar medidas drásticas. —¡MARTÍN!
—¡¿QUÉ?!
—¡ESTÁ LLOVIENDO!

Un chaparrón cayo de repente, aunque a nadie pareció incomodarle… Algo extraño comenzó a suceder.

Un escalofrió me atravesó al igual que una sensación incomoda, por un momento sentí mi cuerpo irse de un lado a otro, mis manos temblaban y un zumbido insoportable atormentaba mi cabeza. ¿Qué me estaba sucediendo? Un Deja vu me golpeo de repente, estoy seguro que no he vuelto a comer ni ingerir nada que no esté en la dieta estricta que el medico me receto…entonces…

Mi teléfono comenzó a sonar, el vibrar incesante en mi bolsillo logro sacarme de ese estupor molesto, demostrándome que no era el único dispuesto a partir al mundo de Felicitoria, Martín y la chica también de tambaleaban de un lado a otro.

—¡Háblame…! —conteste, mientras le pegaba un manotazo a Martín. Era mi madre. —¡Si, si, ya voy para allá…No, no te escucho! — y se hizo el silencio de repente, todo ocurrió a cámara lenta…el tiempo se detuvo.

Mi teléfono cayó en el charco, mis manos se paralizaron…Martín se trago el chicle que había estado masticando, la chica había dejado caer su maleta…Mi cuerpo no alcanzaba a responderme, estaba petrificado, una susurro monstruoso se introdujo por mi oído hasta el centro de mi, una sentimiento de terror y pánico me embargo… ¿Q-que me estaba sucediendo…? Mis ojos se cerraron con fuerza…y…

“Cierra los ojos, cuenta hasta diez… Uno, dos, tres…… diez. Sonríe…”

—¡OIGAN! ¡¿QUÉ HACEN AQUÍ?! — más agua fría y con terrible olor a cloaca cayó sobre mí y me despertó de inmediato. Una camioneta enorme y familiar había derrapado hacía nosotros, el calor del motor me entibio un poco y me hizo caer en la realidad. Yo estaba de rodillas en la acera, mis temblorosas manos cubrían mi cabeza, la caja de plástico a mi lado nadaba en un río de agua sucia…todo a mi alrededor estaba casi de cabeza. Mire a un lado y vi que hasta Martín estaba empapado tanto como yo y abrazándose a sí mismo. —¡¿Están bien?! — pude reconocer de repente aquella voz que se oía muy lejana. Jason estaba asomado por la ventanilla de la camioneta…fue ene se instante en que de nuevo dio un salto al planeta tierra.
—¡CLARO QUE ESTOY BIEN GRANDISIMO…! — la corneta de un autobús pasando ensordeció mis palabras. —¡…TU Y TU…! — Otro derrape más adelante —¡…CAMIONETA...! — Las campanas de la iglesia cercana comenzaron a sonar — ¡…ME HAS MOJADO DE…!
—Calma, calma, deja la mala vibra para después Charles. Comienzas a producirme migraña.
—¡Marico…!
—¡ALTO!

Los tres nos miramos a la cara, en santo silencio, luego tuvimos que voltear al árbitro que se encargo de acabar con esta estúpida conversación. Era la chica, quien, al igual que nosotros, estaba empapada de pies a cabeza.

—¡¿Dafne?!
—¿La conoces? — se supone que la pregunta fue en coro de parte de Martín y mía, pero mi asombrada voz fue la que más pudo oírse. ¿Jason conocía a la chica, el mundo era demasiado cruel para que aquello fuera verdad?
—Es mi prima…

El mundo es demasiado pequeño para mis exigentes gustos. Una cosa es que pueda tener cierto parentesco con algún noble ingles, otra muy diferente es que la chica bonita de la parada de Metro Bus sea prima de Jason. Los cuatros íbamos embutidos en la camioneta, ¡de una sola cabina! del papá de Jason, mientras que el olor a orina rancia y cloaca nos había obligado a abrir las ventanas y empaparnos aun más de lluvia.
—No puedo creer que ustedes se conozcan, el mundo es demasiado pequeño ¿verdad? —se emociono Martín.
—Si — contestamos.

El mundo era insólito, tremendamente insólito…Pero…hablando de cosas insólitas…Como pude me voltee para mirar por el vidrio trasero. La parada estaba vacía. Gire de nuevo encontrándome con que no era el único interesado en tan perturbadora imagen, Dafne, la nueva prima de Jason, al igual que yo, también se había percatado de ello. Nos miramos por un momento, luego, como si lo hubiéramos planeado volteamos de nuevo al vidrio…Ahí, atravesando la calle, justo detrás de nosotros estaban ellos. Dos sombras negras en medio de la lluvia que nos observaban con sus invisibles ojos nuestra marcha. De la nada, sus rostros oscuros nos sonrieron…

No corras... aun así te podemos atrapar. Tu peor pesadilla está al asecho, sabes que te estoy siguiendo. Pobre ingenuo. Todos te estamos esperando, estamos aquí, junto a ti ¿No nos ves? Estoy a tu lado… No, al otro lado. Sí, ahí. ¿Estás asustado, cierto? La mayoría lo está, yo lo estuviera ¡Oh espera! Yo ya pasé por esto. ¡Ja! No, no debes inquietarte… será rápido… sin dolor… te lo prometo.Cierra los ojos, cuenta hasta diez… Uno, dos, tres…… diez. Sonríe, y recuerda, hoy es martes trece.

Desirée Moreno

Une Étoile

Estrella

Solo una estrella brillaba en el firmamento, y solo aquella pequeña luz iluminaba su diminuto mundo. Indefenso y solitario, un niño contemplaba el cielo, se había adueñado de su ahora chiquilla lucecita. Era tan brillante y cálida, solo con verla el pequeño niño olvidaba aquellas penurias que su infantil alma sufría. Ella era su amiga su única compañera.
A veces él desconocía su nombre, tenía tantos que los olvidaba al instante. Bruscos, hirientes y groseros, le entristecía oírlos, lloraba en silencio en las noches, bajo el cuidado de su pequeño alborcito que lo consolaba, su estrella nunca le fallaba.
“Me pregunto, si las estrellas están encendidas a fin de que cada uno pueda encontrar la suya algún día.” Eran sus palabras entre lagrimas y gemidos, el niño siempre había soñado con alcanzar su estrella, aquella que solo debía estar encendida solo para él.
Carente de familia, repleto de dolor, solo era un que poseía un enrome corazón en el cual albergaba sueños y anhelos de cariño y de amor. Solo su diminuta estrella era amable con él, lo acompañaba a curar sus heridas y a veces le arrullaba con una dulce canción en las heladas noches.
Pronto el tiempo fue el tiempo fue pasando, rápido y cruel. El niño se volvió hombre, y su estrella un recuerdo. Había comenzado una nueva vida solitaria y austera, llena de aventuras que nunca supo apreciar, hasta que opto por encerrarse entre muros patéticos de su propia existencia. Exiliado por sí mismo, pronto olvido su pasado, frio y amargado desecho sus recuerdos, sus sueños sus esperanzas. Recordar era sufrir, soñar era lastimarse, tener esperanzas era una pérdida de tiempo. Solo seguía adelante sin propósitos, sin metas, solo por supervivencia.
Era un hombre que desconocía lo que quería, viendo el frente sin pestañar. Pero no duro por mucho. Tenía que aprender y cambiar, tarde o temprano su pasado volvería.
Una congelada noche, agitada en pesadillas y tormentas, un lastimero murmullo de socorro toco su puerta. Era una voz dolorosa y triste, pero le era tan familiar.
—Solo es mi imaginación…
Se dijo y siguió con su deber, la leña pronto se acabaría en su humilde cabaña. Pero se distrajo en el instante, el lastimero murmullo se convirtió en una suave y dulce tonada, una melodía tan triste que le arrebato lagrimas de sus ojos. ¿Qué era? ¿Por qué le partía el corazón oír esa melancólica canción? Sacudió sus tontos pensamientos, era una completa estupidez, solo estaba delirando…
“…Pequeño…”
Aturdido y confundido, hasta un poco asustado corrió al exterior recibiendo el cruel frio sintiendo helados latigazos golpear su piel. Buscó la dueña de la melodía, pero estaba solo junto a una pequeña lucecita en lo alto del firmamento.
“…Mi niño, ¿ya me has olvidado?...” ¿Quién era? Su vista nublada por la ventisca y la nieve le impedía ver algo, pero esa voz le era tan familiar. “…Vivimos tanto juntos, fuiste mi único amigo, te acompañe en tus lagrimas y tus pocas alegrías…Aun recuerdo como te arrullaba en las noches, como me pedias que te cantara hasta que te arropaba con mi luz y te dormías en mi regazo… ¿Aun no me recuerdas?...”
Sus rodillas cayeron al piso, ya no sentía el frio torturar su carne, ni el aliento faltarle. Aquella cándida luz solitaria en el firmamento intensifico su brillar, lo cegó por un instante sin dejar de derramar lagrimas de sus ojos, gotas heladas que bajaban como cristales por sus mejillas. Una cálida caricia y un tibio beso en la mejilla…
El ya sabía quién era ella…
Un último suspiro salió de sus labios, acompañado de solo dos palabras…
“Mi estrella…”
———————
Un niño y su madre paseaban por el parque. La mujer le relataba al infante una historia que su padre le había relatado de niña, sin embargo el pequeño no le prestaba la debida atención, cosa no tan rara en el niño, estaba más interesado en el firmamento nocturno. Dos estrellas junto a la luna, una al lado de la otra brillaban con increíble fulgor, como dos amantes, sus luces se abrazaban.
—Y entonces el joven y su estrella subieron al cielo para estar juntos por siempre…
—¿Cómo esas de ahí mamá? —señalo al cielo. Había alcanzado a oír el final de la historia, la cual le había decepcionado un montón al no ver en ella batallas y dragones como se esperaba.
Sin darse cuenta, su madre observo a donde su dedo apuntaba. Una luz nostálgica cruzo su mirada de inmediato.
—Si pequeño, como ellas…

Desirée Moreno

Jeanne d´Arc

La Santa Pucelle


Desperté aquella mañana y supe de inmediato lo que estaba por suceder. El grisáceo firmamento celestial que me acompañaba en mis días de poca gloria y desdicha me dirigía una efímera y casi fantasmagórica sensación de malestar e incomodidad.
Mi querido lector y aquellos curiosos que tuvieron la osadía de encontrar este mísero escrito. Soy una humilde mujer francesa, o eso solía serlo, exiliada de su sangre, obligada a permanecer junto a un descendiente inglés desde infante, y por voluntad de aquel que me vigila en su magnificencia sobre su aura seráfica, he acabado por terminar hasta el último de mis días en Ruán.
Poco recuerdo de mi juventud y pasado, no sé decirles con exactitud quien soy y de dónde provengo, olvidé lo relevante con el tiempo transitado en el pasar de mis días, pero logro recordar con claridad mi nombre e identidad, Kassandra Estée, esposa del tercer hijo de un mercader de la familia Landor, Edvan.
Agrego, mis fieles lectores de esta rudimentaria escritura cubierta por hollín, miserias y lagrimas, que mi vida como una doncella terminó poco antes de poder afirmarla. Fui entregada sin proponérmelo a los rudos brazos de una cruel familia que desprecia mi linaje francés, más sin embargo, e mantienen cautiva de sus insultos, de sus repudios, aunque, con este instante de libertad y de paz que mi señor me ha entregado en inconsciencia, se agota, y tendré que ser presurosa con mis manos mullidas por el quehacer y los castigos de mi propia torpeza.
Siento un nudo en la garganta que m agobia, que me hace de ojos lagrimosos y me produce un corazón latiente y violento con solo recordar aquella terrible escena que me vi obligada a presenciar. Reconozco que mi sumisión e ignorancia deliberadamente me hacen desconocer aquellos conflictos a mi alrededor. Fui criada para servir sin mirar, para efectuar sin pensar, obedecer sin esperar algo a cambio, pero mi ente se lamenta no ser de fierro, fría y sin vida, soy incapaz de representar aquello en lo que fui obligada a actuar. Veo mi alrededor la triste y luctuosa sombría huella que deja la odiosa batalla tras sus alargados pasos, dejando con sus manos y ennegrecidas plantas por la sangre y la codicia la marca de la desdicha, que mis ojos son condenados a presenciar sus lóbregas consecuencias.
Pero trato de dejar atrás aquellos innecesarios y tristes pensamientos, deseo transcender en aquellos que toman entre sus manos este grueso pergamino y logran comprender mi emoción, mi tristeza, mi congoja.
Mi señor esa mañana se apiadó de mi esquelético y enfermo semblante, mi piel transformada en el color del granito y las nauseas que me atormentaban, concediéndome una tregua libre de sumisión y obediencia, permitiéndome permanecer alejada de mis labores conyugales que el requería, y reposar en el lecho. Alumbrada por su generosidad, y por el extraño fulgor en aquello olivos ojos, espero el instante correcto luego de ver su fornida y recia figura desaparecer y reúno las fuerzas que mi cuerpo reclama para tenderse en pie. Estaba en lo cierto, quizás mi entidad solo reaccionaba a su patético y gris entorno. Esa día, treinta de mayo, si mi memoria no intenta jugarme una jugarreta sucia e innecesaria, me producía la sensación de que algo importante, algo transcendental cambiaría muchos aspectos a mi alrededor. No logro comprenderlo del todo, sin embargo, si ustedes, mis fieles lectores, inocentes incrédulos, afirman estar presenciando las discrepancias de una adivina, me obliga a advertirlos que solo mi corazón es reinado por un presentimiento.
Sin perder las fuerzas y el tiempo hago mis respectivos menesteres y salgo al casi metafórico invernal exterior que inunda las calles de Ruán con su superflua presencia. Place du Vieux Marché, La Plaza del Viejo Mercado, se encuentra ante mis ojos atestado de provincianos curiosos de Ruán, mi poco conocimiento de números me impide darles una cantidad aproximada de ellos, pero el pueblo entero, al igual que centenares de soldados ingleses, me dan la bienvenida a la plaza con una cacofonía de sonidos que me aturdieron hasta casi hacer sangrar mis oídos, pero acostumbrada al bullicio de la medina a temprana mañana, solo me preocupo en no ser descubierta por mi señor, cubriendo mi rubia cabellera de sus posibles ojos.
Comencé a conjugarme con la multitud aplastante y sofocadora logrando descubrir mi estimados lectores, que estaba próxima a ser testigo de una condena pública.
Logré escuchar a mi lado que dos mujeres de aspecto anciano murmuraban y se santiguaban con exagerado fervor, pero mi interés estaba en saber quién sería la victima criminal que tendría tan monstruoso y humillante final como el de morir bajo las llamas, sin embargo nadie pareció responderme mis solicitadas dudas, solo sonidos violentos y olores fuertes me embargaban hasta devolverme, sin mano amiga, mi incomodo malestar. Para aquello que leen mis palabras fieles a dictaminarlos sobre este hecho acongojador y desdichado, en estos momentos reconozco que mis síntomas se deben a algo muchas más poderoso, que ahora, me sentiré sumamente agradecida de que mis rezos a mi Señor Jesucristo se cumplan, y mi deseo de haga palpable.
Pero no es mi intención perderlos en mis cavilaciones sin sentido. Seguiré escribiendo mis palabras en este triste pergamino viejo.
Logré recuperarme con vigor, y me encaminé a un lugar apartado. Reconocer la escena que mis ojos estaban a punto de ver, no me agradaba lo suficiente, pero mi condición humana me hizo terrible y curiosa. Permanecí expectante como los demás pueblerinos a mi entorno. Sorpresa mía me llevo cuando el insoportable bullicio cesa ante mis oídos que me hace notar que toda la extensión que me rodea guarda un incomodo y casi aturdidor silencio. Busco con mi mirada la razón de ese cambio tan repentino, hasta toparme con una imagen que me partió el corazón y que tan solo por un momento pudo detenerlo.
Una joven, aun lozana, era escoltada a la hoguera. Con rudas esposas atando sus callosa manos, el cabello rapado y masculino cayendo orgulloso por sus sienes, me mostraba un coraje cegador e increíble, ella estaba a punto de morir como una vulgar criminal, como una hereje, sin embargo sus ojos no mostraban temor, dejándome avergonzada por mi falta de valor. Sus ropas blancas me recordaron a las pinturas y vitrales que tengo suerte de admirar cuando me es permitido visitar la casa del Señor Dios, imágenes hermosas de Jesucristo. Su túnica d prisionera y los pequeños detalles en sus ropas me hicieron reconocerla de inmediato: Jeanne d´Arc.
Ustedes que leen este nombre escrito se preguntaran: ¿Quién es dicha doncella? ¿Cuál fue su crimen?
Nacida en Domremý, yo había escuchar de ella a hurtadillas cuando mi señor conversaba con sus camaradas en las tardes de un domingo después de misa, una guerrera que encabezó el ejército de mi antiguo pueblo francés contra los barbaros ingleses, prometiendo al Rey Carlos VII que echaría a los ingleses del territorio francés, siguiendo rigurosamente los mandatos de mi Señor Dios y sus Ángeles. Pero, mi idea de su persona se veía remota comparada con lo que mis ojos estudiaban.
Uno a uno fueron nombrados sus delitos y pecados, sepan perdonarme, mi insoportable malestar y los murmullos curiosos me impedían a mis oídos escuchar la voz grave de vociferador, pero fueron agradecidos cuando lograron alcanzar sus últimas palabras,
Jeanne, ve en paz. La iglesia ya no te puede proteger más y te libra a las manos del brazo secular.
¡Oh grácil y piadoso, Mi Señor! ¿Cómo es posible que tan noble y buena criatura tenga un destino tan atroz? Sin importar los crímenes voceados de manera humillante, ella solo se postro devota en sus lastimas rodillas con plegarias hacia tu impérenme ser, llenando de glorias tu nombre, invocándote a su lado, a ti, Mi señor Dios, y a tus subordinas Ángeles, implorando tu perdón por dichos crímenes, y algunos que quizás solo ella conocía. ¿Cómo era posible? El lastimero sonido del llanto, de oía miserable antes mis oídos, provenientes de algunos curiosos, soldados o miembros del juzgado.
Una cruz de madera, símbolo de mi Señor Jesucristo, se le fue acercada hasta dejarla posar sus labios en ella, con devoción. Pobre criatura. Era acompañada al fin hasta la plataforma, dueña de su fatídico destino, sin cesar sus ruegos a entes Santas del Paraíso.
Como miembro podrido, te hemos desestimado y lazado de la unidad de la Iglesia y te hemos declarado a la justicia secular. Fueron las palabras dichas por otro vociferador, justo antes de que un insulso e innecesario comentario de un soldado ingles se dejara escuchar.
¡Sacerdote! ¿Nos dejarás acabar el trabajo antes de la hora de la cena?
Se dio la orden. El verdugo la sujetó a la viga, mientras clavaba un denigrante letrero que rezaba cruel las siguientes palabras: Hereje, reincidente, apostata, idólatra. Mis sinceras disculpas, mis lectores fieles, pero su servidora aun se sumerge en las lágrimas con espectáculo tan bochornoso. Su fuerte y decidida voz rogó por una cruz a los Sacerdotes presentes, para que al morir, pudiera sentirse acompañada de Dios. Su petición fue cumplida. Un sacerdote fue en su búsqueda, para ser recibido por las burlas innecesarias de los estúpidos ingleses.
Entre sus letanías, un rudo comentario hacia aquellos que ríen, salió de sus temblorosos labios. ¡Ruán, Ruán!, ¿Puedes sufrir por ser el lugar de mi muerte? Pero solo le respondió el silencio. El fuego que le daría su temprana muerte comenzó a consumirla, para el horror de mis ojos, pero sus embargo rogó piadosamente que la cruz que se alzaba frente a ella no fuera alcanzada por las llamas. ¡Santísima niña, que hasta en su propia muerte, se preocupaba por el disgusto que le pudiera dar a Nuestro Señor!
Sus lamentos y gritos eran escuchados, pero yo sólo me mantenía clavada al polvoriento suelo, sin despegar mi vista de su dolor, sintiendo mis gruesas y agrias lágrimas caer por mis mejillas enrojecidas por la fiebre. Ella gritaba el nombre de Jesús, haciéndolo retumbar en mi interior, un efímero eco insoportable me aturdía, y poco a poco fui cediendo al miedo, a la compasión, al dolor y al sufrimiento de ver a tan Santa Persona perecer como una hereje. Y perdí por competo el conocimiento, sumiéndome en una dolorosa inconsciencia, no antes de sentir mi liviano cuerpo ser rodeado por unos cálidos y fuertes brazos de un aroma familiar. Romero.
Lamentable es que ya allá culminado su tragedia, la muerte de esta mujer mártir. Pero no poseo más recuerdos de aquel día, ni al menos la identidad de la caritativa alma, de aroma incitante y tiernos brazos que me regreso a casa en mi estado durmiente. Mi señor desconoce mi escape, pero su indiferencia y casi hostilidad ha dado paso a una actitud, que aun no se definir, pero me hace sentir segura y relajada de sus ladridos de enojo. Pero me siento consciente de la falta de interés que tienen de ello, sin embargo, los complazco con la gracia de leer y conocer, que cada luna que baja por el horizonte, rezo continuamente por La Santa Pucelle, esperando encontrarla al lado de Nuestro Señor Dios.


Desirée Moreno