28 de agosto de 2009

Bota Piedra! Di que no!

“La tediosa existencia de los exámenes en la universidad”

Desde que duramos más de once años en la escuela, tomando en cuenta el tiempo olvidado en el preescolar, llegamos a la tan ansiada época de libertinaje y libertad que es la Universidad. Pocos sabemos el secreto, ya que, tarde o temprano, ese espacio sin padres, totalmente idealizado, se convertirá, luego del primer mes, en un mercenario territorio de guerra sediento de nuestra personalidad, arrancándonos nuestra esencia y transformándonos en adictos al la cafeína y a la nicotina, los nuevos amigos del estudiante, luego del más codiciado, claro: el Blackberry. Repleto de rumbas sin sentido, de cantidades hasta rebosar de prospectos y modelos de dudosa preferencia sexual, solo hay un enemigo número uno, que aun desde a comienzo de los tiempos, nos atemoriza mucho más de lo que una estudiante de Comunicación Social intentando tener una conversación seria puede aterrarnos. Las pruebas parciales y finales.
Cada profesor tiene su estilo, algunos son condescendientes, otros no lo son, o solo se aparecen el día del examen por mero y puro placer de vernos derrotados, debido a que aquí el 90% de la población es mayor de edad y a veces se nos da por conocer nuestros derechos somos una terrible mayoría para el docente. Dejando a parte la cantidad inimaginable de cursos y talleres que son inocentemente nocivos para la salud por producir migraña y sobre-estrés, los exámenes son el cáncer de la universidad, aquel VIH que todos tenemos y que es inevitable y que solo se contagia con poner un pie en el campus. Pregúntense: ¿Para que son? Nos, como la jerga lo indica, “matamos” estudiando materias y temas completos hasta que nuestra materia gris se vuelva gelatina ¿y para qué? Para que venga una eminencia en su ramo y nos de con un fusil entre ceja y ceja mostrándonos lo peor que puede haber en el mundo, un CERO UNO.
Es de suponer que las pruebas parciales son y serán para probar que poder de memorización tienes, o si les has prestado atención a la eterna clase del profesor “fulanito” y si te ha quedado algo luego de tres horas sentando en el mismo sitio. Solo me permito agregar, desviándome del tema, la posibilidad de que la raya en cada uno de nuestros traseros desaparezca. Esa es la razón, ¿no les parece egoísta e injusta? Son una manera cruel y poco digna para humillarnos, si lo reflexionamos mejor nos podemos dar cuenta de la falta de necesidad de ello. Somos capaces de aprendernos mil y un canciones, ¡en ingles!, y debo decir que algunos van a un extremo más allá memorizándoselas hasta en japonés, vemos cantidades inimaginable de televisión que nos abre las puertas del mundo más allá del sofá donde duramos horas y horas vegetando, poseemos la habilidad de hacer una especie de fotosíntesis a base de chismes, conversaciones sin sentido, Messenger, internet a exageradas cantidades y soportar todas las películas de Juego del Miedo riéndonos cómodamente y cazándole hasta los pelones. Somos, en conclusión la generación del futuro mientras que un súper dotado genio tiempo atrás tuvo la excelente idea de crear los exámenes solo para hacernos quedar mal. Científicamente podemos demostrar los capaces que somos de conseguir un titulo y transcender mediantes trabajos, conocimientos que podemos manifestar en mitad de las clases con las intervenciones caídas del cielo, leyendo las caras guías, sacrificando uno que otro fin de semana estudiando hasta morir, asistir a clases y oír sin problemas interminables discursos que por muy tediosos que sean son material indispensable pero que todo lo anterior se pueda lograr. Pero, ¿aun así son necesarias las pruebas? No, solo son el dolor de cabeza que el Atamel tiene que exterminar, el anticristo que hay que exorcizar, sin sentido ni importancia.
Si de verdad quieren probar nuestra capacidad intelectual, les aseguro que las pruebas no son lo indicado. Por si se les ha olvidado, ya cruzamos la etapa del liceo y la primaria, hemos entrado en el raro mundo paralelo de la universidad, la entrada a la madurez absoluta, somos adultos y conocemos lo bueno y lo malo no es indispensable probarnos tan pobremente.

Desirée Moreno

Ensayo sobre una Causa Injustificable

Crónicas de Charlie II

Casa de Verano

¿Llegarás pronto?, te he estado esperando. Te extrañaba, cuánto tiempo sin saber de ti. La casa esta desordenada, ¿Te molestará? Te recuerdo quisquilloso. Sin embargo, no sabes lo mucho que te he extrañado. Nada ha sido igual. Cuatro paredes sin ventanas, desde aquí he oído el tenue sonido del mar. Te encantaba, lo recuerdo como si fuera ayer. También aquellas hermosas flores azules que tanto me gustaban…Aun queda una desde que me las obsequiaste…La regaré para cuando regreses. Estas cerca…lo siento, el aire se mueve inquieto.
Sí, no desesperes…pronto estaremos juntos de nuevo. Mi querido…mi amor…


El terrible olor a moho, polvo y viejo entumecía mi nariz, la tierra, densa y sucia, se desplazaba por el aire cegando mis ojos, hasta mis manos, que todo tocaban para no hacerme tropezar, estaban negras por la mugre. Oscura y tenebrosa, quizás hubiera sido buena idea haberme quedado en cama sin embargo aquí estoy en esta habitación, razones que hacen que me sienta terriblemente valiente como para adentrarme a esta aventura digna de una película de terror. Pero mejor sigo adelante antes de que mis compañeros se enteren de que mi osadía acabó mucho antes de empezar.
No quiero que el odioso Jason entre en modalidad “Molestemos al pobre Diablo”. Suficiente me aguanto compartiendo el mismo techo en mis apreciadas vacaciones.

Desde que mis compañeros de clase se empeñaron en este odiseico viajecito a una antigua casa a la orilla del mar, no he podido pegar un ojo pensando en las mil y un maneras que Jason, alias: “mi dolor de muelas”, pueda molestarme y aguarme mis vacaciones. Tres hombres dueños de una cabaña por un fin de semana completo, no fue tan malo al principio, con ese pensamiento tan machote me convencieron, sumándole las “posibles” chicas guapas que pudiéramos encontrar en la playa. Lástima que comenzaba a arrepentirme al ver la odiosa maleta verde moco junto a mi morral vinotinto. Jason y su maleta, por mí los hubiera lanzado a ambos en el instante en que cruzamos el acantilado que daba a un risco con sus peligrosas y afiladas terminaciones rocosas.
Sí, una divertida imagen. Pero Martín y su empalagosa manera tan gentil que tiene de tranquilizar mis nervios utilizando ¡Vaya ustedes a saber qué métodos de Feng Shui o lo que sea! me detuvieron de inmediato hasta arrancarme mis planes asesinos contra Jason. No sé ustedes, pero yo aun tengo la duda de que ese hermano es…un poco raro. Unas vacaciones perfectas ¿no? Las cinco horas en las que mi trasero se encontró estampado en el asiento de la camioneta fueron todo un paseo junto a los malos y verdes chistes de Jason y las chakras y mantras de Martín.
En el momento en que la camioneta se detuvo frente al porche, nos encontramos con ella. La casa era tal y como me la imaginé: amplia, antigua…común. Dos plantas, una terraza y un muelle con una vieja lancha que flotaba sobre las verdosas aguas.
—No está nada mal. ¡Hombre, estas serán unas buenas vacaciones! —me había aturdido Jason, alto y musculoso, ese tipo le superaba la fuerza bruta, a diferencia de mí, que soy un poco más bajo y delgado, Jason solo era una mole de músculos en dos piernas — ¿Dónde están las cervezas y las mujeres? Mira que desde que escuche ese mensaje en la contestadora me quede congelado. No sé cómo le hizo, pero Laura por fin dio con mi teléfono celular. Loca — Eh, tomo la palabra para intervenir, creo saber cómo lo descubrió. Lo siento, culpable. ¡Ja, Ja! La pobre me lo pidió desesperada, no le iba a decir que no.
—Calma amigo. Desempaquemos y pronto iremos al pueblo. Dudo que Laurita te agarre aquí tan lejos. —Tanta calma y sonrisas en una sola persona me ponían nervioso. Martín, su actitud extraña y su indumentaria hippie en definitivo ponían nervioso a cualquiera.
En ese instante, opte por ignorarlos, como por milésima vez en mi vida, y me adentré en la casa. Estaba un poco sucia, se notaba que llevaba varios años en desuso. ¿Cómo había dicho Martín que la había alquilado? ¡Ah cierto! Su demente vecina. La recuerdo muy bien, a veces, cuando tenía que hacer algún trabajo en su casa, la veía pasar por las escaleras del edificio. Una viejita muy común, hasta que empezaba a hablarte de historias fantásticas y sin sentido. Los muebles estaban cubiertos por sábanas, carecía de repisas y armarios, solo contaba con una larga mesa sucia y mohosa. La cocina se encontraba en buen estado, estaba bien equipada y se notaba un poco limpia. Solo a algo le faltaba un poco de coherencia: un pequeño jarrón de cristal con una no muy común flor azul en agua.
—Qué extraño—me dije.
¿Lo dueños la habían puesto ahí?
— ¡HEY Charlie! ¡¿Dónde escondiste él Ron?! —Bien, hora de desempacar, antes de que el socio aquel decida aventurarse a buscar la botella en mis cosas.

Lo demás que sucedió luego de que partimos al pueblo fue demasiado superficial e indiferente que resumiré. El pueblo, a ¡tres horas! de la casa de la playa estuvo bien, nos abastecimos de licor, cigarrillos y otras cosas que no alcancé a ver hasta que Jason estuvo satisfecho. Martín nos obligó a detenernos en un puesto de artesanía extraña y un poco cara. Y por último dimos a parar a una especie de festival en la plaza donde conocimos chicas. Tranquilo sin problemas, fue rápido como la casa de la playa dejó de ser tan insípida en el momento en que estuvo abarrotada de personas bebiendo, fumando y pasándose un par de líneas.
Yo no me quedé atrás en la fiesta. El imbécil de Jason y sus patrañas estúpidas tenían al cincuenta por cierto de las mujeres hipnotizadas, yo me cargaba un cuarenta y, por extraño que parezca, Martín solo un diez. Acompañado, claro, de un veinte por ciento de tipos tan raros como él. Pero, en medio de la estridente música y el confuso y pesado ambiente producto de la droga y el licor, algo aun me inquietaba e irritaba. Bueno, haciendo a un lado la multitud de mujeres alcoholizadas que seguían a Jason como ratas tras el Flautista de Hamelin hasta el interior de la casa.
No les dije, pero su habitación se encuentra justo a un lado de la mía. Coño…
Sin embargo, mi incomodidad iba hacía otra dirección. Era un extraño sentimiento de ser observado. Mi abuelita Teresa, que en paz descanse en su tumba, me decía siempre que yo era bueno para atraer entes y fantasmas. Yo, obvio, no le creía.
—Solo es la coca que te está fritando el cerebro amigo. —me dije, pero el consuelo duró hasta que se me olvidó por completo el asunto al ver un par de rubias levantarse las frénelas mostrando los pechos.

Tenía que ser ilegal, pero sí, aquellas rubias estaban enredadas en mi cama. Y hacia dos horas que los molestos gemidos y murmullos de la habitación contigua habían cesado. Me apuesto a que Jason iba a comenzar el día dándose humos de superioridad. Es que el amigo este tenía un poder de des memorización tremendo, ¿Tan pronto Laurita había quedado en el olvido?.
Aún era de noche, quizás faltaban pocas horas para que amaneciera, pero yo aún seguía despierto. Aquel raro sentimiento de ser observado había vuelto. ¡En plena acción! Suerte que estaba bastante borracho y drogado como para no prestarle atención, no me importaba para ese entonces salir en Youtube por obra y gracia de Martín, pero ahora que mi conciencia había vuelto…comencé a reconsiderarlo. Sin embargo, aun ahora, aquella mirada seguía clavada en mí, era imposible que fuera Martín si lo pensaba mejor, éste estaba igual de ocupado en la habitación de enfrente, no creo que desaproveche esa oportunidad de una en un millón para avergonzarme a mí. Lo pensaría de Jason, pero nunca de Martín. Me moví como pude entre las dos chicas hasta que al fin llegue a tocar el piso con mis pies.
Rasgaduras…
Unas rasgaduras entre los ronquidos de mi habitación, la de al lado y la de al frente, llegaron directo a mis oídos. Alguien rasgaba la pared al otro lado. Jason era imposible, estaba del lado derecho, y este sonido estaba en el izquierdo. ¿La resaca quizás? Posiblemente, pero era demasiado real como para ser producto de mi imaginación. Era tal como una piedra el romper el cemento, aterrador y escalofriante, unas uñas contra un pizarrón.
Me vestí y salí al pasillo oscuro.
Y bueno, no falta decir que volvemos al principio. El pasillo en medio de la oscuridad me hizo tropezar contra una pared falsa hasta caer patético en medio de tierra y mugre, dándome de frente al levantarme contra una puerta mucho más antigua que todo lo que la casa contenía.
Ahora en el interior de la habitación, luchando contra el desorden de unos cien años, el polvo y la suciedad, aún me encuentro en esta travesía con el orgullo en alto.
Más rasgaduras.
El sonido comenzaba a irritarme, así que seguí notando como mis sienes se humedecían, no cargaba camiseta pero sentía el sudor correr por mis axilas. Seguro era Martín o Jason con una de sus bromas de mal gusto. Sí, seguramente…No había por qué asustarse.
—Ja, ja, ja. Muy gracioso, miren que estoy asustado…—dije, pero no recibí contesta, solo el imperturbable silencio. — ¿Eh…muchachos? ¿Martín…Jason?
Volví a tropezar con mis pies hasta sostenerme de la pared, encontrándome con una desagradable sorpresa. Como si un cuchillo las hubiera rasgado, debajo de mis dedos el cemento estaba tallado irregularmente, pegándolos y mojándolos con una asquerosa sustancia olorosa a metal y putrefacción. Grité asustado, separando mis manos de la pared hasta hacerme perder el equilibrio y caer. Horrorosos mensajes aparecieron ante mis ojos, tallados en el cemento, otros, por el contrario, estaban escritos amenazantes en tinta azul.
Grité aún más, pero no importaba lo mucho que gritara, putrefacta tinta azul se adhería aun más a mi piel. Cada frase de desespero y venganza se grababa en mis ojos…hasta que fui jalado por mis ropas sorprendiéndome. Me arrastraban y yo no dejaba de seguir gritando. No me había atrevido a ver a mi atacante, pero fui obligado a ello viendo con horror un cuerpo desfigurado y cadavérico de una mujer sonriendo con deleite al verme atrapado entre sus garras.
Volví a gritar aún más fuerte.
— ¡JAJAJA! ¡VE TU CARA GRANDISIMO CAGÓN! — ¿Qué?
Las luces se encendieron encandilándome. El espectro que me sujetaba era un divertido Martín que comenzaba a ahogarse en su risa mientras que Jason había sido el que había encendido las luces.
— ¡Te la creíste! —Molesto no era la palabra correcta para mi ánimo en ese instante, a decir verdad tenía ganas de servirme sus cabeza y traseros. ¡Malditos infantiles!
Empujé hasta hacer caer a Jason y me aleje. Aun seguía oyendo sus risas en el momento en que entré en la alcoba, ahora vacía.

Ultimo día en la casa de verano. La fiesta del viernes se mantuvo hasta el sábado, nadie quería irse. Yo por el contrario sí quería largarme, y ahora domingo, empacaba mis cosas para irme y dejar a ese par de imbéciles. Aun me mantenía arrecho la bromita de mal gusto, ¡Yo lo sabía! Jason no era fiar, me apuesto un brazo a que fue ¡de él! la magnífica idea de asustarme hasta hacerme mojar los pantalones. ¡Esa me la iba a cobrar!
— ¡No me vengas a decir que aún sigues molesto! ¡Charlie, que cagón eres! — Jason aún se regodeaba a mis espaldas, además, también me irritaba que gracias a su chistecito, las dos rubias se habían reído igual que él de mí. ¡Gracias Jason!
—Déjalo en paz, aun sigue un poco nervioso. —Éramos muchos y parió la abuela. ¿No era que Martín estaba en pro a la paz y toda esa basura barata? —No fue tan malo, Charles. La señora que me alquiló la casa me contó una leyenda que se remonta a cien años. Y bueno, fue una bromita de lo más sana. —Lo ignoré, al igual que seguí ignorando los otros chistes de Jason —Según dicen los del pueblos, aquí vivía una pareja joven de recién casados. Hasta que un horrible suceso se efectuó. El hombre murió misteriosamente sin explicación y su mujer despareció de la faz de la tierra. —Que viniera y me contara otra historia de vaqueros, ya jalaron la cuerda DE MI PACIENCIA. Me voy. —Algunos pueblerinos nos contaron, que según, lo que en verdad paso fue que la mujer fue encerrada en una de las habitaciones de la casa hasta morir luego de que una banda pirata encallara en la costa.
— ¡BAH! ¿Tú no creerás en eso, verdad Martín? —Agradecido de ver a Jason tomar la iniciativa de callar a Martín, seguí montando maletas.
Me distraje un momento. Este par no solo me hacía una noche verdaderamente mala, si no que me ponen como burro de cargar. Mantenían una diatriba sin fin en el momento en que entré de nuevo a la casa, pero no me di cuenta de que había cerrado el portal con demasiada fuerza, ya que, por raro que parezca, me azotó el trasero. Martín defendía sus creencias extrañas de Jason, quien no tardaba en buscarle lógica hasta por que andaban de pie, me pregunto ¿Por qué me la paso con eso dos inútiles?
—Oigan… ¡Niñas! Ya que son tan inteligentes, ¿Cómo le hicieron para arreglar toda esa patraña del viernes? ¿Lo tenían planeado desde que llegué?
— ¿Qué?
—Sí, en la cocina había una flor azul puesta en agua, estaba fresca y como fueron demasiado creativos para ponerse a pintar las paredes de la habitación de azul asqueroso…
— ¿De qué carajo estás hablando? ¡Amigo supéralo, el susto se te subió a la cabeza! Vamos por unos tragos. Martín, esta vez me toca conducir a mí y recuérdame al llegar, cortar por la raíz a la Laura…
Ignorándome tomaron lo que quedaba de sus cosas y salieron, los seguí de cerca. De seguro se estaba burlando otra vez. Mejor lo corto por la paz y me les uno, creo que en verdad necesito un trago. Pero antes de entrar al auto y empezar a prepararme psicológicamente para el largo viaje que se nos venía por delante, descubrí que algo faltaba, mi gorra de beisbol.
Mierda…
Corrí de nuevo a la casa pero tuve que detenerme, comenzaba a sentirme mal de repente. ¿Cómo…? De la nada mi cabeza comenzaba a dar vueltas, la casa temblaba ante mis ojos ¿Qué me sucedía? Apreté mis palmas en mi frente, pero el dolor no se apaciguaba…Pero solo en un momento, entre esa agonía, pude verla.
En aquella habitación que yo había ocupado, las cortinas se movían inquietas detrás del vidrio de la ventana, hasta que poco a poco fueron abriéndose, lento, despacio…ahí, detrás, vigilándome, estaba una persona. Mi mente se volvió en blanco y mis ojos se oscurecieron hasta caer inconsciente…no antes de aquellos ojos rojos mirarme junto a una sonrisa en aquel pálido rostro…

…Por fin estamos juntos…mi amor…
Desirée Moreno

27 de agosto de 2009

Crónicas de Charlie I

Kilometro 43

Andrés Cortázar, 33 años. Caucásico. Cadáver encontrado a las afueras de la autopista Panamericana. Motivo de fallecimiento: Desconocido. Muerte: Instantánea. Vehículo: Desaparecido. 13\03\1999. 12:00 a.m.
Andrea Torres, 32 años. Caucásica. Cadáver encontrado en las afueras de la autopista Panamericana. Motivo de fallecimiento: Desconocido. Muerte: Instantánea. Vehículo: Desaparecido. 13\03\1999. 12:00 a.m.
Alex Fernández, 43 años aproximadamente. Procedencia desconocida. Situación: Convicto en fuga de la Penitenciaría del Estado. Se considera peligroso. 13\03\1967.
…Kilometro 43…


—Triangulo de las Bermudas: Una mujer afirma haber perdido a su esposo pescador en medio del Triangulo de las Bermudas. A pesar de que los hechos y declaraciones son poco creíbles, se presume que dicho sector es capaz de hacer entrar a un ser humano en un mundo paralelo totalmen…
—¡Jiménez silencio!
¡Por fin! Las dos horas que tengo aquí sentado han sido eternas desde que me obligaron a estar junto a este niño tan raro que no ha parado de hablar y hablar y de leer y leer aquella revista sobre cosas paranormales. Si no me equivoco, se llama Martín y asiste a la sección B del 5to grado, yo, al contrario, estoy en la A. Ahora comienzo a agradecer eso. Esta excursión de lo más rara a una finca muy, muy lejana se veía divertida cuando nos dieron los permisos, sin embargo, aun estoy esperando divertirme. ¡Aun! Solo me sentaron junto a ese niño extraño de otra sección, y justo a atrás colocaron al odioso Jason.
¡Y no saben lo rechocante que es eso!
¿No podían sentarme junto a Patricia, la niña más bonita de todo 5to grado? ¿Era mucho pedir? ¡Son tres horas de viaje y me pusieron cerca de estos dos tontos y burros! Si mi abuela Teresa me viera, se retorcería de la risa, siempre me está recordando lo fácil que soy para caer en la mala suerte. Soy propenso a ello, ¿qué puedo decir?
— ¡Qué risa! ¡Qué gracioso eres Jason! —reía con entusiasmo una suave vocecita a mis espaldas. ¡¡¿Por qué?!! ¡Han sentando a Patricia Pérez junto a Jason! ¡No!
Por enésima vez, volví a hundirme en el asiento reprimiendo las ganas que tenía en la garganta de suspirar…y de vomitar también. Esto era demasiado rudo como para soportarlo. El autobús donde todo 5to grado estaba acumulado, no era muy grande, todos estábamos en realidad embutidos en él, la profesora Mónica hasta se encontraba sentada en las piernas de la maestra de la otra sección. No entiendo porqué, pero mi papá siempre se está quejando de las mensualidades del colegio: que son muy caras o que son muy seguidas; me pregunto qué diría ahora cuando se entere de que el dinero que gasta en mí no es suficiente para financiar una buena excursión.
—¡Hey Charlie! —Una bolita de papel ensalivado se estrelló como un proyectil en mi mejilla. ¡Jason! —. ¡Que llorón eres! —Demasiado grande y fornido para 5to grado, Jason era una bestia que se necesitaba sacrificar. Un día, leí en un libro de mitología, una manera bastante interesante de cómo hacerlo. Pero sería un caso perdido, ¿dónde puedo encontrar trípodes? Además, no creo que ningún dios lo quiera como regalo.
—¡Rodríguez! — ¿Cómo le hizo? No lo sé, pero el ver a la profesora Mónica caminar por el pasillo sin dificultades y reprender a Jason me subió el ánimo. Sí, la venganza es dulce. ¡Bien hecho!
El viaje siguió su curso. Por el vidrio de la ventana podía ver, a medias, el reflejo de Patricia dormitando, a su lado, Jason ya había comenzado a roncar. El “raro” junto a mi seguía leyendo su revista en voz baja y susurrando. Y yo, bueno…me puse a observar el paisaje, contaba árboles pasar a millón por la carretera. Uno…Dos…Tres, ahora son cuatro, cinco, seis……ZzZzZ.

El desagradable sabor mañanero me alertó de repente. ¿Ya es de día? ¿Qué hora es? ¿Dónde está mi mamá y el sabroso olor a panquecas de las mañanas? No oigo a papá quejarse y rogar por arepas...eh…. ¿Por qué las luces no están encendidas? ¡¿Estoy ciego?!...Auch…No me dí cuenta, pero me levanté muy rápido dándome con el asiento de adelante, y en realidad no estoy ciego. Mi suéter estaba en mi cabeza y me había quedado dormido. ¡Es cierto! Aun sigo en este viaje. Que mala suerte, estaba soñando estar en un mundo muy genial donde no había ningún Jason, pero sí todas las Patricias del mundo. Hasta que apareció un Martín pegando saltos porque estábamos… ¿En el Triangulo de las Bermudas?
— ¿Estás despierto? — Preguntó él, esa tiene que ser una pregunta estúpida, ¿es que acaso no veía? ¡Tengo hasta mal aliento!
— ¿Qué pasa? —superando mi momento en crisis, logré encontrar un caramelo de menta perdido en el bolsillo de mi pantalón.
—Nos detuvimos. Estamos perdidos. — ¿Cómo? El caramelo cayó de mis manos. ¡¿Perdidos?! ¡¿Cómo?! — La profesora Mónica no dijo nada, pero desde que mi profe Sofía salió a preguntar indicaciones…no ha vuelto. —No estoy asustado, no lo estoy, mi mano no está temblando en realidad, es algo involuntario, y no…no tengo ganas de mojar los pantalones.
Ignorándolo, me levanté, no antes de recuperar mi caramelo y embuchármelo. Jason aun seguía roncando como morsa, Patricia ya no ocupaba su asiento. Muchos de mis compañeros estaban pegados como zancudos en los vidrios de las ventanas, expectantes y nerviosos. Era la primera vez que no me aturdían, estaban en santo silencio. Detrás de mí se incrustó como una garrapata Martín, no creo que se dé cuenta, pero está temblando como pollito remojado. Me acerqué sigilosamente, con él a mis espaldas, a la cabina del conductor, donde la profesora Mónica discutía con el chofer.
Hice señas a Martín pidiendo por su silencio.
— ¡No me voy a quedar ni un minuto más aquí, oyó mi´ja!
— ¡No puede! Tenemos que esperar por Sofía, hace media hora que salió, se supone que el autoservicio no estaba tan lejos. ¡Solo diez minutos! ¡Usted mismo lo dijo!
— ¿Y? ¡Le dije que no era una buena idea irnos por esa transversal! ¡Este lugar esta maldito! Estamos en el Kilometro 43. ¿Nunca ha oído de él mi´ja? Estos jóvenes de ahora. ¡Pa´esto me hubiera quedado en Táchira! Mire mi´ja preste atención que no se lo repito ¿me oyó? Este lugar…
¿Kilometro 43? Era la primera vez que oía de él. ¿Así no se llamaba una película de terror que mi hermano me obligó a ver? Bien, eso no importa, es tarde, mi sentido arácnido me dice problemas y mi reloj biológico me pide a gritos que busque un baño. Tengo que salir de aquí. No, todos tenemos que salir de aquí. De todos modos, ¿por qué la Profesora Sofía tuvo que salir de la camioneta? ¡Adultos! Se creen tanto. Ahora posiblemente estuviera muy feliz en aquella súper finca, nadando en la piscina junto a Patricia. Pero no, estamos perdidos, y una profesora no vuelve.
Esto no podría empeorar.
Y como si lo hubiera invocado, un aplauso para mí, vino el diluvio del siglo.
Un gritito de niña se oyó a lo largo y ancho de todo el autobús. Parece que a Jason no le agradan las tormentas. Varias niñas se arrejuntaron en un rincón sollozando asustadas, los otros niños se encargaban de asustarlas aun más, mientras que otros pocos y yo nos conformamos con sentarnos en nuestros respectivos asientos hasta que cayera del cielo, algo más que lluvia: un milagro. Conté hasta cien. Demasiado para mí, llegué solo a veintidós. Canté “Un elefante se columpiaba sobre la tela de una araña” y no me dí cuenta de lo difícil que es cuando llegué a los dieciséis elefantes. ¿Cómo caben tantos en una tela de araña?
— ¿Crees que estamos en el Triangulo de las Bermudas? —me interrumpió Martín en el momento en que me dispuse a reiniciar a los dieciséis elefantes sobre una tela de una araña. Y yo que pensé que éste no podía ser más raro.
Resoplé ignorándolo y comencé de nuevo. Dieciséis elefantes se columpiaban sobre la tela de una araña, como reían, se divertían, fueron a llamar a otro elefante. Diecisiete elefantes se columpiaban sobre la tela de una araña, como reían, se divertía, fueron a llamar a otro elefante. ¡Wau! Eso fue demasiado. No creo que llegue a los 20 elefantes.
—Cubierto de sangre, siguió su camino en busca de otra víctima, otra a quien quitarle la cabeza…
— ¡AH!
Tienen que estar demasiado ociosos como para caer tan bajo. Parece ser que Jason logró hacer olvidar su grito de niña, porque ahora están todos contando historias de terror. ¡Ja! Como si todo lo que sucediera no fuera terrorífico de por sí. Mi vejiga va a explotar, eso me parece suficiente como para hacer llorar a alguien. Todas las niñas pegaban saltitos y griticos con cada palabra que el aquel tarado soltaba. Y desde aquí pude ver a más de uno de los niños morderse las uñas en un rincón. Yo estuviera igual de asustado, Jason intentando contar en vano una historia de terror me causa miedo por sí solo. Pero eso no me quita estas ganas que tengo de descargar el tanque. ¡Lo sabía! Haberme tomado mi termo de jugo de naranja en el camino fue una mala, mala idea.
Tengo que hacer trabajar mi cabeza en otra cosa, pensar en algo diferente. ¡Mis vacaciones de diciembre! Fueron muy divertidas, fui de visita a la casa de mi abuela materna Teresa. La mejor abuela del mundo. Un poco rara, mi papá dice que es excéntrica, aunque yo la veo muy normal, es de Inglaterra. Siempre rodeada de collares, anillos y sonaderas en el cuello, era posible oírla a kilómetros de distancia. La extraño un poco, es una excelente abuela, me obligaba a veces a tomar el té a las cinco en punto, quizás si estuviera aquí nos sacaría de inmediato.
Un rayo cayó de repente sacándome de mis pensamientos felices alejados de las ganas de orinar que me han vuelto a atacar. ¡¿Y por qué tiene que estar lloviendo de todas maneras?! ¡Voy a morir! ¡Mi vejiga!
No me enteré, pero comencé a saltar psicóticamente en el asiento, podía sentir la mirada confundida de Martín en mí y también los comentarios de Jason.
No…lo…puedo…soportar.
¡No! Me paro sin pensarlo y corro hacía la profesora Mónica, quien comenzaba a verse azul de los nervios.
—Profesora…tengo que ir…
— ¿Charlie, que pasa cielo?
—Tengo que…ir…Profe…Tengo...que ir…— ¿Cuántas maneras existen para decir las muchas ganas que tengo de ir al baño? ¿Qué me faltaba? ¡¿Hacer señales de humor?! ¡¿Por qué no comprende el problema?! ¡Es simple! Dos más dos son cuatro, es simple.
— ¿Te encuentras bien? Estas sudando. ¿Por qué no te sientas y esperas? Cuando venga la profesora Sofía todo estará bien.
—No profesora… ¡Tengo que ir!
No pude aguantarlo. Sujetando mi entrepierna corro desesperado hacia la puerta, escucho a mi profesora intentar detenerme, pero el exterior está demasiado tentativo como para hacerle caso. La puerta se abrió ante mí como si hubiera gritado “Ábrete Sésamo” y salí dejando que el chaparrón me cayera encima. Mis manos felices buscaron bajar el cierre de mis pantalones pero… ¡Sorpresa! ¡¡Se había atorado!!
— ¡No! ¡Ábrete, ábrete! ¡Mierda! —mi mamá me hubiera zampado un manotazo si me oyera, pero fue el momento justo.
— ¡Carlos López, entra aquí en este mismo instante! —una mano me jalo al interior, pero fui devuelto con rudeza hasta que mi cara se estrello contra el barro. ¡Uh!
Molesto con todos, principalmente con la bragueta del pantalón me levante limpiándome el lodo que me dejaba ciego. ¡Solo quiero hacer pipi!, ¿es tan difícil de entender?, un día oí a mi papá hablando sobre el aguantar las ganas, y también nombró algo sobre unas erecciones. ¡No se qué quiso decir! ¡PERO TENGO QUE IR! Al fin, sin ningún rastro de barro en mi cara, gracias lluvia, volví a intentar bajar el cierre. ¡Listo! Solo se necesitaba pacien…cia…
Me detuve en el acto, no estaba solo. Frente a mí, había una persona de pie, pensé que era la profesora Sofía que por fin había aparecido, no, error, no era ella. Alto, muy alto, bueno yo era bajito de todos modos, pero éste era MUY alto, cubierto de pies a cabeza por un saco, casi no se le podía ver forma. Mantenía un jadeo agitado, como un animal herido. Y por un momento sentí mi respiración detenerse en el instante en que una mano callosa y verdosa sobresalió de la extraña figura. Dispuesta a atraparme. Y quizás, despedazarme.
Grité hasta lanzarme al piso y cubrirme con mis brazos.
— ¡Charlie, cielo! ¡¿Por qué gritas?! — ¿Eh?
Saqué mi rostro de su escondite viendo que frente a mí, no estaba esa monstruosa figura. Era la profesora Sofía. Empapada hasta los huesos, su mirada confundida no era nada comparada con la mía que debía ser todo un poema. ¿Fue solo mi imaginación? ¿Qué…? Oh, oh. Esto, de verdad, no podía ser superado. No se pregunten que, solo sepan que ya no tengo ganas de ir al baño.
Cubierto por completo con toallas y usando mi ropa de cambio, me encontraba, menos mal, sentando en las piernas de la profesora Mónica. Estaba demasiado nerviosa como para soltarme, creo que piensa que me voy a caer en pedacitos frente a sus ojos, no deja de frotarme la frente en busca de fiebre o quizás un grano. No lo sé, esa mujer comienza a ser demasiado paranoica.
—Vaya susto me diste Sofía. ¡Me tenías con el credo en la boca! ¡¿Por qué tardaste tanto?! —No se da cuenta ó piensa que en vez de un niño tiene una almohada para apretar todo lo que quiera.
Me contuve en replicar cuando me estrujó por segunda vez, solo aproveché y me arrimé cansado en su pecho, de repente me siento tan cansado. Voy a contar ovejas. Una oveja, dos ovejas, ahora son tres…cuatro…cinco…ZzZzZz.

Llevaban horas en la solitaria carretera, parecía nunca terminar. El auto no tardó en detenerse en medio de la nada. Ninguna estación de servicio a kilómetros, nada ni nadie cerca para auxiliarse.
—Andrés… ¿Estás seguro de que por aquí era?
— ¡Calma mujer! ¡Pues claro que por aquí es! Estas comenzando a ponerme nervioso Andrea con tu preguntadera ¡es la Panamericana Dios bendito!, aquí no hay pérdida.
—Pero…esto no se me parece a la Panamericana. ¿Seguro que no tomaste un desvío?, ¿qué es eso?, ¿Kilometro 43? ¿Eso existe?
— ¡Mira! Ahí hay alguien.
— ¡Pidamos indicaciones!
…Por fin, compañía…

Desirée Moreno

14 de agosto de 2009

Unicornios Rosas al Rescate!

Mi antiguo Blog "Think Green And Peace" se arruino mediante un pequeño (pero desastroso) accidente. ¡AHORA! He decidido comenzar de cero, y para eso empezare con el relato que dio a luz al fabuloso (?) nombre de este nuevo espacio creado solo para mi y algún curioso (que siempre son bienvenidos) que le interesa mis desvaríos y locuras....

Unicornios Rosa al Rescate

“Un día soleado en Saltadilla”
“-¡No, Monstruos, Ah!”
“¡Uh no, es Mojo Jojo que vuelve con otro plan maligno! ¡Corre Saltadilla, corre por tu vida!”
“-¡Alcalde, debe hacer algo, llame a las Chicas Superpoderosas, rápido!”
“-Un momento señorita Bellum, que estoy terminando mi trenecito a escala, dígame, ¿no ha visto la pieza N° 35483?”
“-¡Muajajajaja! ¡No tienes hacia dónde escapar, Saltadilla! ¡Yo, Mojo Jojo, he creado un plan maléfico contra…!”
“-¡Detente ahí, Mojo!”
“-¡Chicas Superpoderosas! ¡No..!”
“-¡No permitiremos que…!”

-Papá, ¿por qué la apagaste? Esa era la mejor parte.

Si Andrés Alonso reuniera un bolívar por cada vez que se ilusiona y pensaba que el nuevo día le traería algo innovador, definitivamente se haría rico. El despertar calmado luego de la acostumbrada noche agitada con Anita de los martes, levantar a sus hijos para la escuela, luchar a muerte con la ridícula corbata de lunares, el desayuno de todos los días, cada cosa en su lugar, hecho religiosamente sin salirse de la rutina, era como si siguiera un horario establecido imposible de cambiar.

Juraba que hasta los cinco minutos que duraba en el baño haciendo del cuerpo estaban estratégicamente contados.

Pero ese día estaba siendo diferente, comenzando por el punzante dolor en la columna producto del resorte sobresaliente del colchón, que lo hizo llegar casi a rastras al baño sin contar que éste ya estaba ocupado por la hija mayor debido a que el otro se le había descompuesto. Ignorando el pequeño desperfecto, Andrés siguió con su mañana como cualquier otra, pero el mundo parecía estar en contra de ello. La pequeña de la casa lo había obligado a salirse del camino directo hacia el desayuno al descubrirla embelesada con una caricatura de tres niñas cabezonas, aún sin vestir y con el transporte que la llevaría al colegio a punto de llegar. Más adelante se encontró a su mujer discutiendo con el quinceañero de su hijo por X cosa, con el desayuno ausente. Sin embargo, Andrés era de mente y fortaleza, así que ignoró esa serie de eventos desafortunados para su rigurosa agenda matutina y se despidió de la familia Alonso, esperando, algo nada ansioso, la larga jornada de trabajo que tendría en la oficina. Se montó en su camioneta Avalanche y puso en marcha sin mirar atrás.

-o-o-o-o-o-

Caracas estaba colapsada. Luego de ser testigo de un sismo reciente, ese día la ciudad había decidido entrar en caos y en pánico. Suicidios o intentos de ellos en las vías del metro; peleas entre taxistas, moto taxistas y autobuseros; tráfico, colas; vagabundos vagabundeando; escasez de gasolina. El Apocalipsis estaba cerca y se reía a carcajadas de nosotros. Andrés Alonso seguía con su camino, atascado en una cola que no parecía ir a algún sitio; pero, lejos de inquietarse por eso o porque estaba llegando media hora tarde a su trabajo, logró encontrar una salida a su problema; una vía alterna que lo llevaría a un nuevo y diferente destino del acostumbrado: un café, un establecimiento impoluto y tranquilo, con una suave música de fondo y atractivos meseros de ambos sexos yendo de aquí para allá. Un desayuno ligero y un café fue suficiente para calmar los retorcijones de su estómago; pagó y no esperó mucho para irse e intentar probar suerte con el tráfico, después de todo ya tenía una hora y media de retraso, pero antes de salir y llegar a su carro, tropezó con una señora en medio de una multitud, ocasionando que un montón de bolsas de mercado cayeran al piso.

-¡A, mi’jo, como lo siento! No me fijé por donde iba.

-No se preocupe doña. Venga, le ayudo. – Andrés recogió el pequeño desastre que había ocasionado y se lo entrego caballerosamente.

Se despidió y siguió adelante como si nada hubiera pasado, tambaleándose un poco.

-o-o-o-o-o-

El día continúo su curso para Andrés Alonso o mejor dicho: El Hombre Araña, que había venido desde muy lejos para luchar con el Guasón en su nave Enterprise, sin embargo, el ambiente debía de tener Kriptonita en el aire, las nauseas y el vértigo al volar eran más fuertes de lo que pensaba y esperaba caer en el vacio…Hasta que apareció Pitufina y sus asexuados pitufos al ráscate.

Antes de lanzarse al espacio exterior y quedar flotando en medio de la nada, El Hombre Araña, fue atendido con gentileza por esos pequeños seres azules, como siempre tan encantadores, le pidieron “Por Favor” si podía entregar “por las buenas” el Chip que activaba el único control remoto del universo capaz de abrir la mina de diamantes y oro en Plutón. Su aldea había sido destruida por un terrible tornado –el mismo que se había llevado a aquella niña al mundo de Oz- y necesitaban el dinero para subsistir. Pero fue detenido en plena entrega por un grupo rebelde de Hipopótamos con Tutu que bailaban el cascanueces, atropellándolo sin contemplación.

Era un mal día para El Hombre Araña, las cosas se estaban poniendo negras en Ciudad Gótica y solo alguien podía salvarlo. Rudolf, el Reno de la Nariz Roja, que sin mirar atrás entro por una ventana, sin embargo sus intenciones eran malignas. Distrajo a El Hombre Araña contándole un chiste malo que lo hizo reír y reír tan pero tan fuerte que la casa de los tres cochinitos se desplomo en picada. Apareció Gruñón de inmediato, el Enano de Blancanieves, y sacó a coalición la madre de Gran Pitufo, que no aguantando tal insulto envió a Pitufina a luchar por él. Ella mandaba poderosos derechazos e isquierdazos, pero Gruñón era fuerte y utilizaba impresionantes técnicas kamikazes contra ella. Ajeno al pleito, Rudolf ya se había fugado con la Nave Enterprise, ahora jugaba una partida de todo o nada contra el Primer Oficial Spook mientras se robaba a su novia, la señorita Ujura.

Si, era un mal día para todos en cuidad Gótica…¡Pero! ¿Qué es eso? ¿Es un ave? ¿Un avión? ¡No! Es las Fuerza Policía de Unicornios Rosados que vinieron al rescate seguidos de nada más y nada menos que: Bob Esponja, quien hacía pompas de jabón, sin embargo, El Hombre Araña estaba cansado y soñoliento y por esa misma razón no tardo en caer rendido e inconsciente en medio del espacio, La Ultima Frontera.

-o-o-o-o-o-

Un tren, un autobús, un avión o quizás el Titanic, a decir verdad no lo sabía pero digamos que uno de ellos tuvo que haberle caído en la cabeza. O quizás todos juntos a la vez. Era como volver en el tiempo al día después de su graduación. Y ahora se sentía gelatina.

-¡Esta despertando!

-Estoy sorprendido, es un hombre fuerte, y bien suertudo debo decir. De verdad que tuvo demasiada suerte señora Anita.

-Está algo pálido.-¡Y como no estarlo luego de lo que tuvo que pasar!-Cariño, ¿te encuentras bien, como te sientes? – “Define bien” quizás salir de sus labios pero su garganta estaba seca, y su labios pegados, solo un inentendible “Guaguaga” vio la luz. Anita le acero el vaso y le dio de beber.

-¿D-dónde estoy? ¿Q-qué paso? –Dijo. Miro a su alrededor, estaba en una habitación blanca y con el aire acondicionado a todo dar. Andrés Alonso, no recordaba nada de lo sucedido.

-Estas en el hospital. Andrés, si no hubiera sido por esa amable señora, quien sabe que horribles cosas te hubieran hecho.

Bien, ahora si que estaba confundido, la única señora que lograba recordar era la viejecita con la cual se había tropezado. El medico de aspecto de telenovela junto a su mujer, ambos comenzaron a explicar lo sucedido, confundiendo aun más a Andrés.

Asalto, droga, malandros, un vendedor de relojes, pelea en plena avenida… ¡Le habían robado la Avalanche! Definitivamente, Andrés Alonso había deseado un día diferente, pero de lo que estaba muy bien seguro era de que aquello no era en lo que estaba pensando.

FIN
Desi Moreno