Kilometro 43
Andrés Cortázar, 33 años. Caucásico. Cadáver encontrado a las afueras de la autopista Panamericana. Motivo de fallecimiento: Desconocido. Muerte: Instantánea. Vehículo: Desaparecido. 13\03\1999. 12:00 a.m.
Andrea Torres, 32 años. Caucásica. Cadáver encontrado en las afueras de la autopista Panamericana. Motivo de fallecimiento: Desconocido. Muerte: Instantánea. Vehículo: Desaparecido. 13\03\1999. 12:00 a.m.
Alex Fernández, 43 años aproximadamente. Procedencia desconocida. Situación: Convicto en fuga de la Penitenciaría del Estado. Se considera peligroso. 13\03\1967.
…Kilometro 43…
—Triangulo de las Bermudas: Una mujer afirma haber perdido a su esposo pescador en medio del Triangulo de las Bermudas. A pesar de que los hechos y declaraciones son poco creíbles, se presume que dicho sector es capaz de hacer entrar a un ser humano en un mundo paralelo totalmen…
—¡Jiménez silencio!
¡Por fin! Las dos horas que tengo aquí sentado han sido eternas desde que me obligaron a estar junto a este niño tan raro que no ha parado de hablar y hablar y de leer y leer aquella revista sobre cosas paranormales. Si no me equivoco, se llama Martín y asiste a la sección B del 5to grado, yo, al contrario, estoy en la A. Ahora comienzo a agradecer eso. Esta excursión de lo más rara a una finca muy, muy lejana se veía divertida cuando nos dieron los permisos, sin embargo, aun estoy esperando divertirme. ¡Aun! Solo me sentaron junto a ese niño extraño de otra sección, y justo a atrás colocaron al odioso Jason.
¡Y no saben lo rechocante que es eso!
¿No podían sentarme junto a Patricia, la niña más bonita de todo 5to grado? ¿Era mucho pedir? ¡Son tres horas de viaje y me pusieron cerca de estos dos tontos y burros! Si mi abuela Teresa me viera, se retorcería de la risa, siempre me está recordando lo fácil que soy para caer en la mala suerte. Soy propenso a ello, ¿qué puedo decir?
— ¡Qué risa! ¡Qué gracioso eres Jason! —reía con entusiasmo una suave vocecita a mis espaldas. ¡¡¿Por qué?!! ¡Han sentando a Patricia Pérez junto a Jason! ¡No!
Por enésima vez, volví a hundirme en el asiento reprimiendo las ganas que tenía en la garganta de suspirar…y de vomitar también. Esto era demasiado rudo como para soportarlo. El autobús donde todo 5to grado estaba acumulado, no era muy grande, todos estábamos en realidad embutidos en él, la profesora Mónica hasta se encontraba sentada en las piernas de la maestra de la otra sección. No entiendo porqué, pero mi papá siempre se está quejando de las mensualidades del colegio: que son muy caras o que son muy seguidas; me pregunto qué diría ahora cuando se entere de que el dinero que gasta en mí no es suficiente para financiar una buena excursión.
—¡Hey Charlie! —Una bolita de papel ensalivado se estrelló como un proyectil en mi mejilla. ¡Jason! —. ¡Que llorón eres! —Demasiado grande y fornido para 5to grado, Jason era una bestia que se necesitaba sacrificar. Un día, leí en un libro de mitología, una manera bastante interesante de cómo hacerlo. Pero sería un caso perdido, ¿dónde puedo encontrar trípodes? Además, no creo que ningún dios lo quiera como regalo.
—¡Rodríguez! — ¿Cómo le hizo? No lo sé, pero el ver a la profesora Mónica caminar por el pasillo sin dificultades y reprender a Jason me subió el ánimo. Sí, la venganza es dulce. ¡Bien hecho!
El viaje siguió su curso. Por el vidrio de la ventana podía ver, a medias, el reflejo de Patricia dormitando, a su lado, Jason ya había comenzado a roncar. El “raro” junto a mi seguía leyendo su revista en voz baja y susurrando. Y yo, bueno…me puse a observar el paisaje, contaba árboles pasar a millón por la carretera. Uno…Dos…Tres, ahora son cuatro, cinco, seis……ZzZzZ.
El desagradable sabor mañanero me alertó de repente. ¿Ya es de día? ¿Qué hora es? ¿Dónde está mi mamá y el sabroso olor a panquecas de las mañanas? No oigo a papá quejarse y rogar por arepas...eh…. ¿Por qué las luces no están encendidas? ¡¿Estoy ciego?!...Auch…No me dí cuenta, pero me levanté muy rápido dándome con el asiento de adelante, y en realidad no estoy ciego. Mi suéter estaba en mi cabeza y me había quedado dormido. ¡Es cierto! Aun sigo en este viaje. Que mala suerte, estaba soñando estar en un mundo muy genial donde no había ningún Jason, pero sí todas las Patricias del mundo. Hasta que apareció un Martín pegando saltos porque estábamos… ¿En el Triangulo de las Bermudas?
— ¿Estás despierto? — Preguntó él, esa tiene que ser una pregunta estúpida, ¿es que acaso no veía? ¡Tengo hasta mal aliento!
— ¿Qué pasa? —superando mi momento en crisis, logré encontrar un caramelo de menta perdido en el bolsillo de mi pantalón.
—Nos detuvimos. Estamos perdidos. — ¿Cómo? El caramelo cayó de mis manos. ¡¿Perdidos?! ¡¿Cómo?! — La profesora Mónica no dijo nada, pero desde que mi profe Sofía salió a preguntar indicaciones…no ha vuelto. —No estoy asustado, no lo estoy, mi mano no está temblando en realidad, es algo involuntario, y no…no tengo ganas de mojar los pantalones.
Ignorándolo, me levanté, no antes de recuperar mi caramelo y embuchármelo. Jason aun seguía roncando como morsa, Patricia ya no ocupaba su asiento. Muchos de mis compañeros estaban pegados como zancudos en los vidrios de las ventanas, expectantes y nerviosos. Era la primera vez que no me aturdían, estaban en santo silencio. Detrás de mí se incrustó como una garrapata Martín, no creo que se dé cuenta, pero está temblando como pollito remojado. Me acerqué sigilosamente, con él a mis espaldas, a la cabina del conductor, donde la profesora Mónica discutía con el chofer.
Hice señas a Martín pidiendo por su silencio.
— ¡No me voy a quedar ni un minuto más aquí, oyó mi´ja!
— ¡No puede! Tenemos que esperar por Sofía, hace media hora que salió, se supone que el autoservicio no estaba tan lejos. ¡Solo diez minutos! ¡Usted mismo lo dijo!
— ¿Y? ¡Le dije que no era una buena idea irnos por esa transversal! ¡Este lugar esta maldito! Estamos en el Kilometro 43. ¿Nunca ha oído de él mi´ja? Estos jóvenes de ahora. ¡Pa´esto me hubiera quedado en Táchira! Mire mi´ja preste atención que no se lo repito ¿me oyó? Este lugar…
¿Kilometro 43? Era la primera vez que oía de él. ¿Así no se llamaba una película de terror que mi hermano me obligó a ver? Bien, eso no importa, es tarde, mi sentido arácnido me dice problemas y mi reloj biológico me pide a gritos que busque un baño. Tengo que salir de aquí. No, todos tenemos que salir de aquí. De todos modos, ¿por qué la Profesora Sofía tuvo que salir de la camioneta? ¡Adultos! Se creen tanto. Ahora posiblemente estuviera muy feliz en aquella súper finca, nadando en la piscina junto a Patricia. Pero no, estamos perdidos, y una profesora no vuelve.
Esto no podría empeorar.
Y como si lo hubiera invocado, un aplauso para mí, vino el diluvio del siglo.
Un gritito de niña se oyó a lo largo y ancho de todo el autobús. Parece que a Jason no le agradan las tormentas. Varias niñas se arrejuntaron en un rincón sollozando asustadas, los otros niños se encargaban de asustarlas aun más, mientras que otros pocos y yo nos conformamos con sentarnos en nuestros respectivos asientos hasta que cayera del cielo, algo más que lluvia: un milagro. Conté hasta cien. Demasiado para mí, llegué solo a veintidós. Canté “Un elefante se columpiaba sobre la tela de una araña” y no me dí cuenta de lo difícil que es cuando llegué a los dieciséis elefantes. ¿Cómo caben tantos en una tela de araña?
— ¿Crees que estamos en el Triangulo de las Bermudas? —me interrumpió Martín en el momento en que me dispuse a reiniciar a los dieciséis elefantes sobre una tela de una araña. Y yo que pensé que éste no podía ser más raro.
Resoplé ignorándolo y comencé de nuevo. Dieciséis elefantes se columpiaban sobre la tela de una araña, como reían, se divertían, fueron a llamar a otro elefante. Diecisiete elefantes se columpiaban sobre la tela de una araña, como reían, se divertía, fueron a llamar a otro elefante. ¡Wau! Eso fue demasiado. No creo que llegue a los 20 elefantes.
—Cubierto de sangre, siguió su camino en busca de otra víctima, otra a quien quitarle la cabeza…
— ¡AH!
Tienen que estar demasiado ociosos como para caer tan bajo. Parece ser que Jason logró hacer olvidar su grito de niña, porque ahora están todos contando historias de terror. ¡Ja! Como si todo lo que sucediera no fuera terrorífico de por sí. Mi vejiga va a explotar, eso me parece suficiente como para hacer llorar a alguien. Todas las niñas pegaban saltitos y griticos con cada palabra que el aquel tarado soltaba. Y desde aquí pude ver a más de uno de los niños morderse las uñas en un rincón. Yo estuviera igual de asustado, Jason intentando contar en vano una historia de terror me causa miedo por sí solo. Pero eso no me quita estas ganas que tengo de descargar el tanque. ¡Lo sabía! Haberme tomado mi termo de jugo de naranja en el camino fue una mala, mala idea.
Tengo que hacer trabajar mi cabeza en otra cosa, pensar en algo diferente. ¡Mis vacaciones de diciembre! Fueron muy divertidas, fui de visita a la casa de mi abuela materna Teresa. La mejor abuela del mundo. Un poco rara, mi papá dice que es excéntrica, aunque yo la veo muy normal, es de Inglaterra. Siempre rodeada de collares, anillos y sonaderas en el cuello, era posible oírla a kilómetros de distancia. La extraño un poco, es una excelente abuela, me obligaba a veces a tomar el té a las cinco en punto, quizás si estuviera aquí nos sacaría de inmediato.
Un rayo cayó de repente sacándome de mis pensamientos felices alejados de las ganas de orinar que me han vuelto a atacar. ¡¿Y por qué tiene que estar lloviendo de todas maneras?! ¡Voy a morir! ¡Mi vejiga!
No me enteré, pero comencé a saltar psicóticamente en el asiento, podía sentir la mirada confundida de Martín en mí y también los comentarios de Jason.
No…lo…puedo…soportar.
¡No! Me paro sin pensarlo y corro hacía la profesora Mónica, quien comenzaba a verse azul de los nervios.
—Profesora…tengo que ir…
— ¿Charlie, que pasa cielo?
—Tengo que…ir…Profe…Tengo...que ir…— ¿Cuántas maneras existen para decir las muchas ganas que tengo de ir al baño? ¿Qué me faltaba? ¡¿Hacer señales de humor?! ¡¿Por qué no comprende el problema?! ¡Es simple! Dos más dos son cuatro, es simple.
— ¿Te encuentras bien? Estas sudando. ¿Por qué no te sientas y esperas? Cuando venga la profesora Sofía todo estará bien.
—No profesora… ¡Tengo que ir!
No pude aguantarlo. Sujetando mi entrepierna corro desesperado hacia la puerta, escucho a mi profesora intentar detenerme, pero el exterior está demasiado tentativo como para hacerle caso. La puerta se abrió ante mí como si hubiera gritado “Ábrete Sésamo” y salí dejando que el chaparrón me cayera encima. Mis manos felices buscaron bajar el cierre de mis pantalones pero… ¡Sorpresa! ¡¡Se había atorado!!
— ¡No! ¡Ábrete, ábrete! ¡Mierda! —mi mamá me hubiera zampado un manotazo si me oyera, pero fue el momento justo.
— ¡Carlos López, entra aquí en este mismo instante! —una mano me jalo al interior, pero fui devuelto con rudeza hasta que mi cara se estrello contra el barro. ¡Uh!
Molesto con todos, principalmente con la bragueta del pantalón me levante limpiándome el lodo que me dejaba ciego. ¡Solo quiero hacer pipi!, ¿es tan difícil de entender?, un día oí a mi papá hablando sobre el aguantar las ganas, y también nombró algo sobre unas erecciones. ¡No se qué quiso decir! ¡PERO TENGO QUE IR! Al fin, sin ningún rastro de barro en mi cara, gracias lluvia, volví a intentar bajar el cierre. ¡Listo! Solo se necesitaba pacien…cia…
Me detuve en el acto, no estaba solo. Frente a mí, había una persona de pie, pensé que era la profesora Sofía que por fin había aparecido, no, error, no era ella. Alto, muy alto, bueno yo era bajito de todos modos, pero éste era MUY alto, cubierto de pies a cabeza por un saco, casi no se le podía ver forma. Mantenía un jadeo agitado, como un animal herido. Y por un momento sentí mi respiración detenerse en el instante en que una mano callosa y verdosa sobresalió de la extraña figura. Dispuesta a atraparme. Y quizás, despedazarme.
Grité hasta lanzarme al piso y cubrirme con mis brazos.
— ¡Charlie, cielo! ¡¿Por qué gritas?! — ¿Eh?
Saqué mi rostro de su escondite viendo que frente a mí, no estaba esa monstruosa figura. Era la profesora Sofía. Empapada hasta los huesos, su mirada confundida no era nada comparada con la mía que debía ser todo un poema. ¿Fue solo mi imaginación? ¿Qué…? Oh, oh. Esto, de verdad, no podía ser superado. No se pregunten que, solo sepan que ya no tengo ganas de ir al baño.
Cubierto por completo con toallas y usando mi ropa de cambio, me encontraba, menos mal, sentando en las piernas de la profesora Mónica. Estaba demasiado nerviosa como para soltarme, creo que piensa que me voy a caer en pedacitos frente a sus ojos, no deja de frotarme la frente en busca de fiebre o quizás un grano. No lo sé, esa mujer comienza a ser demasiado paranoica.
—Vaya susto me diste Sofía. ¡Me tenías con el credo en la boca! ¡¿Por qué tardaste tanto?! —No se da cuenta ó piensa que en vez de un niño tiene una almohada para apretar todo lo que quiera.
Me contuve en replicar cuando me estrujó por segunda vez, solo aproveché y me arrimé cansado en su pecho, de repente me siento tan cansado. Voy a contar ovejas. Una oveja, dos ovejas, ahora son tres…cuatro…cinco…ZzZzZz.
Llevaban horas en la solitaria carretera, parecía nunca terminar. El auto no tardó en detenerse en medio de la nada. Ninguna estación de servicio a kilómetros, nada ni nadie cerca para auxiliarse.
—Andrés… ¿Estás seguro de que por aquí era?
— ¡Calma mujer! ¡Pues claro que por aquí es! Estas comenzando a ponerme nervioso Andrea con tu preguntadera ¡es la Panamericana Dios bendito!, aquí no hay pérdida.
—Pero…esto no se me parece a la Panamericana. ¿Seguro que no tomaste un desvío?, ¿qué es eso?, ¿Kilometro 43? ¿Eso existe?
— ¡Mira! Ahí hay alguien.
— ¡Pidamos indicaciones!
…Por fin, compañía…
Desirée Moreno
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