“La tediosa existencia de los exámenes en la universidad”
Desde que duramos más de once años en la escuela, tomando en cuenta el tiempo olvidado en el preescolar, llegamos a la tan ansiada época de libertinaje y libertad que es la Universidad. Pocos sabemos el secreto, ya que, tarde o temprano, ese espacio sin padres, totalmente idealizado, se convertirá, luego del primer mes, en un mercenario territorio de guerra sediento de nuestra personalidad, arrancándonos nuestra esencia y transformándonos en adictos al la cafeína y a la nicotina, los nuevos amigos del estudiante, luego del más codiciado, claro: el Blackberry. Repleto de rumbas sin sentido, de cantidades hasta rebosar de prospectos y modelos de dudosa preferencia sexual, solo hay un enemigo número uno, que aun desde a comienzo de los tiempos, nos atemoriza mucho más de lo que una estudiante de Comunicación Social intentando tener una conversación seria puede aterrarnos. Las pruebas parciales y finales.
Cada profesor tiene su estilo, algunos son condescendientes, otros no lo son, o solo se aparecen el día del examen por mero y puro placer de vernos derrotados, debido a que aquí el 90% de la población es mayor de edad y a veces se nos da por conocer nuestros derechos somos una terrible mayoría para el docente. Dejando a parte la cantidad inimaginable de cursos y talleres que son inocentemente nocivos para la salud por producir migraña y sobre-estrés, los exámenes son el cáncer de la universidad, aquel VIH que todos tenemos y que es inevitable y que solo se contagia con poner un pie en el campus. Pregúntense: ¿Para que son? Nos, como la jerga lo indica, “matamos” estudiando materias y temas completos hasta que nuestra materia gris se vuelva gelatina ¿y para qué? Para que venga una eminencia en su ramo y nos de con un fusil entre ceja y ceja mostrándonos lo peor que puede haber en el mundo, un CERO UNO.
Es de suponer que las pruebas parciales son y serán para probar que poder de memorización tienes, o si les has prestado atención a la eterna clase del profesor “fulanito” y si te ha quedado algo luego de tres horas sentando en el mismo sitio. Solo me permito agregar, desviándome del tema, la posibilidad de que la raya en cada uno de nuestros traseros desaparezca. Esa es la razón, ¿no les parece egoísta e injusta? Son una manera cruel y poco digna para humillarnos, si lo reflexionamos mejor nos podemos dar cuenta de la falta de necesidad de ello. Somos capaces de aprendernos mil y un canciones, ¡en ingles!, y debo decir que algunos van a un extremo más allá memorizándoselas hasta en japonés, vemos cantidades inimaginable de televisión que nos abre las puertas del mundo más allá del sofá donde duramos horas y horas vegetando, poseemos la habilidad de hacer una especie de fotosíntesis a base de chismes, conversaciones sin sentido, Messenger, internet a exageradas cantidades y soportar todas las películas de Juego del Miedo riéndonos cómodamente y cazándole hasta los pelones. Somos, en conclusión la generación del futuro mientras que un súper dotado genio tiempo atrás tuvo la excelente idea de crear los exámenes solo para hacernos quedar mal. Científicamente podemos demostrar los capaces que somos de conseguir un titulo y transcender mediantes trabajos, conocimientos que podemos manifestar en mitad de las clases con las intervenciones caídas del cielo, leyendo las caras guías, sacrificando uno que otro fin de semana estudiando hasta morir, asistir a clases y oír sin problemas interminables discursos que por muy tediosos que sean son material indispensable pero que todo lo anterior se pueda lograr. Pero, ¿aun así son necesarias las pruebas? No, solo son el dolor de cabeza que el Atamel tiene que exterminar, el anticristo que hay que exorcizar, sin sentido ni importancia.
Si de verdad quieren probar nuestra capacidad intelectual, les aseguro que las pruebas no son lo indicado. Por si se les ha olvidado, ya cruzamos la etapa del liceo y la primaria, hemos entrado en el raro mundo paralelo de la universidad, la entrada a la madurez absoluta, somos adultos y conocemos lo bueno y lo malo no es indispensable probarnos tan pobremente.
Desde que duramos más de once años en la escuela, tomando en cuenta el tiempo olvidado en el preescolar, llegamos a la tan ansiada época de libertinaje y libertad que es la Universidad. Pocos sabemos el secreto, ya que, tarde o temprano, ese espacio sin padres, totalmente idealizado, se convertirá, luego del primer mes, en un mercenario territorio de guerra sediento de nuestra personalidad, arrancándonos nuestra esencia y transformándonos en adictos al la cafeína y a la nicotina, los nuevos amigos del estudiante, luego del más codiciado, claro: el Blackberry. Repleto de rumbas sin sentido, de cantidades hasta rebosar de prospectos y modelos de dudosa preferencia sexual, solo hay un enemigo número uno, que aun desde a comienzo de los tiempos, nos atemoriza mucho más de lo que una estudiante de Comunicación Social intentando tener una conversación seria puede aterrarnos. Las pruebas parciales y finales.
Cada profesor tiene su estilo, algunos son condescendientes, otros no lo son, o solo se aparecen el día del examen por mero y puro placer de vernos derrotados, debido a que aquí el 90% de la población es mayor de edad y a veces se nos da por conocer nuestros derechos somos una terrible mayoría para el docente. Dejando a parte la cantidad inimaginable de cursos y talleres que son inocentemente nocivos para la salud por producir migraña y sobre-estrés, los exámenes son el cáncer de la universidad, aquel VIH que todos tenemos y que es inevitable y que solo se contagia con poner un pie en el campus. Pregúntense: ¿Para que son? Nos, como la jerga lo indica, “matamos” estudiando materias y temas completos hasta que nuestra materia gris se vuelva gelatina ¿y para qué? Para que venga una eminencia en su ramo y nos de con un fusil entre ceja y ceja mostrándonos lo peor que puede haber en el mundo, un CERO UNO.
Es de suponer que las pruebas parciales son y serán para probar que poder de memorización tienes, o si les has prestado atención a la eterna clase del profesor “fulanito” y si te ha quedado algo luego de tres horas sentando en el mismo sitio. Solo me permito agregar, desviándome del tema, la posibilidad de que la raya en cada uno de nuestros traseros desaparezca. Esa es la razón, ¿no les parece egoísta e injusta? Son una manera cruel y poco digna para humillarnos, si lo reflexionamos mejor nos podemos dar cuenta de la falta de necesidad de ello. Somos capaces de aprendernos mil y un canciones, ¡en ingles!, y debo decir que algunos van a un extremo más allá memorizándoselas hasta en japonés, vemos cantidades inimaginable de televisión que nos abre las puertas del mundo más allá del sofá donde duramos horas y horas vegetando, poseemos la habilidad de hacer una especie de fotosíntesis a base de chismes, conversaciones sin sentido, Messenger, internet a exageradas cantidades y soportar todas las películas de Juego del Miedo riéndonos cómodamente y cazándole hasta los pelones. Somos, en conclusión la generación del futuro mientras que un súper dotado genio tiempo atrás tuvo la excelente idea de crear los exámenes solo para hacernos quedar mal. Científicamente podemos demostrar los capaces que somos de conseguir un titulo y transcender mediantes trabajos, conocimientos que podemos manifestar en mitad de las clases con las intervenciones caídas del cielo, leyendo las caras guías, sacrificando uno que otro fin de semana estudiando hasta morir, asistir a clases y oír sin problemas interminables discursos que por muy tediosos que sean son material indispensable pero que todo lo anterior se pueda lograr. Pero, ¿aun así son necesarias las pruebas? No, solo son el dolor de cabeza que el Atamel tiene que exterminar, el anticristo que hay que exorcizar, sin sentido ni importancia.
Si de verdad quieren probar nuestra capacidad intelectual, les aseguro que las pruebas no son lo indicado. Por si se les ha olvidado, ya cruzamos la etapa del liceo y la primaria, hemos entrado en el raro mundo paralelo de la universidad, la entrada a la madurez absoluta, somos adultos y conocemos lo bueno y lo malo no es indispensable probarnos tan pobremente.
Desirée Moreno
Ensayo sobre una Causa Injustificable
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